La vida y la muerte, una temática bordeando el cliché, lo sé, pero siempre la he hallado bastante interesante. En mi opinión, la vida solo puede ser hermosa si existe la muerte. Es por esto que la muerte, paradójicamente, en su inevitable pena y angustia, también le da valor a todo lo que significa algo en nuestras vidas. Para explicarlo mejor utilizaré como analogía al póker y las apuestas (sé que ningún ludópata es consciente de su situación, pero afirmo con total honestidad que no soy ningún adicto al juego, simplemente encuentro la metáfora bastante atinada). Para los que han jugado este juego con apuestas reales y con apuestas ficticias, comprenderán inmediatamente a lo que me refiero cuando digo que el juego pierde totalmente la gracia si no hay una potencial ganancia o pérdida de por medio. Cuando se juega "simplemente por diversión y sin intención de dejar sin plata a nadie" el póker se vuelve una de las actividades más aburridas y tediosas por haber. En contra parte, cuando uno es consciente de que de su desempeño depende que terminé beneficiado o perjudicado, el juego se vuelve infinitamente más interesante y, en numerosos casos, incluso adictivo.
De la misma forma sucede con la vida y la muerte: si la segunda no existiera, estoy totalmente convencido que la primera sería terriblemente triste, sería como jugar póker sin una apuesta real, se jugarían todas las manos porque no temes perder nada, no hay nada que te presione a esforzarte, a arriesgarte, a emocionarte. Es precisamente eso, darnos cuenta que en cualquier momento, cualquier jugada tuya o ajena, o simplemente el azar y la suerte pueden hacerte perder todo; lo que nos hace vivir. Ahora, hay dos clases de conductas que nacen a partir de esta comprensión: están los que simplemente quieren durar, que son los que juegan todo a la segura con la inocente esperanza de ganar, sin verdaderamente haber jugado; y están los que quieren divertirse, vivir, que son los que toman riesgos, que al fin y al cabo son necesarios si se quiere tener verdaderamente una experiencia de vida. Es así como de esta analogía lúdica extraigo una conclusión no muy nueva, pero sí muy cierta: ¿Queremos vivir, o simplemente durar?