viernes, 27 de mayo de 2011

"Los artistas usan mentiras para decir una verdad, los políticos usan mentiras para encubrirla"

Cita de la película "V for Vendetta"

Nombres y Apelativos

Nombres:
Se han dado cuenta que los aviones, a diferencia de los barcos no tienen nombres propios? (Origen de la idea: recientemente viajé en avión y vi Piratas del Caribe, una muy buena saga por cierto, la recomiendo de todas formas). Mientras que los barcos, veleros, navíos, buques, etc. llevan nombres propios como El Perla Negra, El Huáscar, Titanic, entre otros; los aviones no llevan nombre alguno. A lo máximo puedes decir que vas en el vuelo AV75, lo cual suena (en mi opinión) totalmente frío, distante e impersonal. Creo que todo esto está de alguna manera relacionado con aquella situación cuando uno es niño (o que como yo, ve alguna película en la que a un niño le ocurre algo similar), encuentra un perro en la calle y su mamá le dice que no le ponga un nombre porque van a tener que devolverlo a su dueño eventualmente. Esto es debido a que, gracias a su sabiduría maternal, ella sabe que ponerle un nombre al animal va a llevar inevitablemente a que el niño se encariñe con él. Un nombre es algo que nos da identidad, nos diferencia del resto (por más que puedas conocer a 18 personas llamadas Carlos), nos da un valor. Y los mejores nombres son aquellos que nosotros escogemos, ya sea para nosotros o para alguien que valoremos: rara vez vas a encontrar una pareja de enamorados que se llamen por sus respectivos nombres (en mi larga experiencia como observador puedo decir que "gordo(a)" es el más usado por los jóvenes de hoy en día, incluso si la pareja es clara, excesiva e innecesariamente delgada).

Un ejemplo más personal y cercano del que puedo hablar (o escribir en este caso) es el de mis guitarras: mi stratocaster se llama Marylin (cumple tres años el 17 de Octubre); mi electrocústica se llama Mercedez (cumple un año el 2 de Julio); y mi primera guitarra, que ahora que he crecido más parece un charango, la llamo La Petiza (calculo que debe tener actualmente unos 10 años, por desgracia no conservé la boleta, en el tiempo ni siquiera me interesaba tocar guitarra). La gente obviamente suele burlarse (lo más probable es que tu también lo estés haciendo ahora) sobre el hecho que nombre a mis guitarras y tenga marcados sus cumpleaños en mi calendario. Sin embargo, para mi tiene total sentido y fundamento, ya que yo no las veo como simples guitarras u objetos; me he llegado a encariñar tanto con mis instrumentos que han trascendido el plano material para volverse partes importantes y significativas en mi vida, no voy a cruzar la frontera de la locura y afirmar que las quiero incluso más que a mis amigos, pero definitivamente (al menos para mí) tienen una identidad, algo que las diferencia del resto, un valor.

Apelativos:
Un apelativo, desde mi perspectiva, es lo opuesto a un nombre. Si un nombre busca dar una identidad, marcar una diferencia y otorgar un valor a una persona, lugar u objeto; el apelativo apunta a generalizar bajo prejuicios a un grupo. Sin embargo, la diferencia entre estos dos términos no radica en las palabras que se utilicen, sino en la intención que se les dé: "negro" es probablemente el apelativo más conocido, el cual ha generado polémicas, conflictos y desgracias en numerosos lugares del mundo; en mi casa, es el nombre por el cual mis papas se llaman de la forma más cariñosa, familiar y afectiva que uno puede imaginar.

Conclusión:
Como bien claramente cita el refrán con el que nos defendemos cada vez que un profesor amenaza con amonestarnos si nos escucha decir una lisura (o grosería dependiendo de que variación del español conozcas): "No hay palabra mal dicha, sino mal interpretada". Las palabras, por si solas, no son más que eso: palabras. Somos nosotros los que les damos un significado para bien o para mal; somos nosotros los que creamos belleza a partir de ellas mediante poemas o canciones; somos nosotros los que podemos crear magníficas y elaboradas estructuras literarias utilizando estas palabras como ladrillos y nuestras ideas como cemento; somos nosotros los que escogemos ser totalmente indiferentes ante aquellas cosas importantes en nuestra vida, o ponerles apelativos en consecuencia a nuestra ignorancia social, o ponerle nombre a todo aquello que es tan importante en nuestra vida que verdaderamente lo merece.

domingo, 1 de mayo de 2011

Evolución del Proceso de Elección Vocacional

Creo que el proceso de elección vocacional inicia en la niñez, cuando todos queremos ser astronautas, o bomberos, o lo que sea que son nuestros padres. A medida que vamos creciendo y madurando terminamos dejando esas opciones de lado, y nos inclinamos más por opciones “realistas” o “serias”, como algunos las llaman, dícese ingeniero civil, comunicador, o economista. Si dijéramos que este cambio se debe precisamente a la madurez psicológica que las personas alcanzan a la edad de los 16, 17 o 18 años; se podría decir que yo aun no maduro.

A los 5 años (según mi mamá, porque yo honestamente no lo recuerdo) yo decía que quería ser cantante. Ahora, a mis 16 años de edad, finalmente admito abiertamente que quiero estudiar música. Sin embargo, no soy de esas personas que pueden decir que “siempre supieron lo que querían estudiar”. Los últimos dos años, cada vez que alguien me preguntaba que quería estudiar, mi respuesta era simplemente un honesto “no lo sé”. Porque si bien amo la música; y no encuentro hasta ahora nada que me divierta más que tocar guitarra; y me siento totalmente feliz cuando canto alguna canción en mi cuarto; me habían metido en la cabeza la idea de que en nuestro país estudiar música equivale a “morirse de hambre”. Y por la situación económica de mi familia tampoco puedo darme el lujo de estudiar en el extranjero, así que me había resignado a considerar la música como mi hobbie por excelencia, y debía encontrar, al igual que el resto “una carrera seria”.

En mi búsqueda por una elección vocacional que combinara mis gustos, con mis habilidades y fuera “sustentable” termine repasando varias opciones, como la psicología, la docencia, el diseño gráfico, la comunicación audiovisual, e inclusive economía y matemática pura (cursos para los que aparentemente tengo una facilidad, pero no puedo decir que me emocionen mucho). El problema fue que con ninguno sentí ese “llamado vocacional” que caracteriza a personas como mi hermano, que están 100% seguras de que es lo que quieren estudiar y lo hacen con una motivación inconfundible.

Hace un par de semanas, sin embargo, después de investigar en la página de la Universidad Católica, y conversar con algunas personas al respecto, me di cuenta que ninguna de esas carreras me motivaba porque no iba a encontrar nada que me entusiasmara tanto como la música. Y es cierto, pensaba que no había una carrera que siquiera me llamara la atención, pero el problema era que la única que me cautivaba lo suficiente como para querer pasarme estudiándola aproximadamente 5 años, la había descartado por prejuicios que ni siquiera eran míos. Porque ya llevo estudiando teoría musical en mis clases de guitarra desde hace más de dos años, pero en ningún momento he sentido que estuviera estudiando algo, porque hasta ahora me divierte demasiado estudiar música, y los conceptos de “estudio” y “diversión” en mi cabeza, nunca antes habían estado relacionados.

Es así como finalmente llegué a la conclusión de qué es lo que quiero hacer con mi vida, y fue difícil darme cuenta, pero aun más difícil fue cuando se lo comente a mis papás, y su respuesta fue “no”. Más específicamente, fue un “aun no”, porque su preocupación por mi futuro, y los mismos prejuicios que yo tenía, les han hecho ponerme una condición: si quiero estudiar música, debo primero estudiar “una carrera de verdad”, la cual me ayude a subsistir, para luego poder vivir de lo que realmente quiero. Por eso estoy de vuelta en donde estaba hace 2 años, buscando alguna opción vocacional que me motive lo suficiente para soportar estudiarla por años, la única diferencia es que no la veré como lo que estaré forzado a hacer por el resto de mi vida, sino como el camino que debo seguir si quiero eventualmente estudiar lo único que verdaderamente me hará sentir que no estoy estudiando, sino viviendo y divirtiéndome.